La soledad compartida
Ahora que esto despierto, al lado de mi amor, me doy cuenta de cuánto tiempo he permanecido a su lado. En esos días de soledad compartida, la distancia se hacía eco de mis latidos y atravesaban las paredes nuestras palabras de compañia sin siquiera saber el uno del otro.
Es curioso como hemos tornado nuestras costumbres cuando esa distancia se hace cero. De qué modo la costumbre era un ritual de encuentro en la lejanía. Desde nuestros escritos hasta nuestras ánsias. El llamarnos a través del aire, el reclamarnos acaricando el cielo. Ahora las palabras se enmudecieron ante el amable peso de la presencia. Las miradas sintetizan todas las frases y sobran los adjetivos, los verbos y aún los nombres...
No creía tan para ella dedicado todo mi mundo hasta el momento en que he apartado al resto del cosmos para acoger su plena presencia. Entonces mi universo se envuelve de su beso y todo lo demás carece de sentido y de valor. Claro que esa apreciación luego se ve enriquecida con la necesidad de enfrentarnos al mundo juntos, con el ánsia de verlo todo desde una misma pupila compartida.
Por eso siento que quizás muchos añoren que use palabras ahora, pero esas palabras no eran tanto mías y su dueña ha aparecido para reclamarlas todas. Una vez las pronunciemos todas en sigiloso y secreto ritual, serán de nuevo soltadas libres en vuelo infinito hacia el cosmos. Ahora sobrevuelan la habitación donde dormitamos, empapándonos de besos y rememorando tantas caricias como somos capaces de vislumbrar.
F.R.
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